ABUELO QUE SALTÓ POR LA VENTANA Y SE LARGÓ EL

ABUELO QUE SALTÓ POR LA VENTANA Y SE LARGÓ EL

JONASSON JONAS

22,00 €
IVA incluido
Editorial:
SALAMANDRA
Año de edición:
2012
Materia
Narrativa extranjera o traducida
ISBN:
978-84-9838-416-1
Páginas:
413
Encuadernación:
Rústica
Colección:
NARRATIVA

Disponibilidad:

  • LIBRERÍAS PICASSO - ALMERÍAEn stock
  • LIBRERÍAS PICASSO - GRANADAEn stock
22,00 €
IVA incluido
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Momentos antes de que empiece la pomposa celebración de su centésimo cumpleaños, Allan Karlsson decide que nada de eso va con él. Vestido con su mejor traje y unas pantuflas, se encarama a una ventana y se fuga de la residencia de ancianos en la que vive, dejando plantados al alcalde y a la prensa local. Sin saber adónde ir, se encamina a la estación de autobuses, el único sitio donde es posible pasar desapercibido. Allí, mientras espera la llegada del primer autobús, un joven le pide que vigile su maleta, con la mala fortuna de que el autobús llega antes de que el joven regrese y Allan, sin pensarlo dos veces, se sube con la maleta, ignorante de que en el interior de ésta se apilan, ¡santo cielo!, millones de coronas de dudosa procedencia. Pero Allan Karlsson no es un abuelo fácil de amilanar. A lo largo de su centenaria vida ha tenido un montón de experiencias de lo más singulares: desde inverosímiles encuentros con personajes como Franco, Stalin o Churchill, hasta amistades comprometedoras como la esposa de Mao, pasando por actividades de alto riesgo como ser agente de la CIA o ayudar a Oppenheimer a crear la bomba atómica. Sin embargo, esta vez, en su enésima aventura, cuando creía que con su jubilación había llegado la tranquilidad, está a punto de poner todo el país patas arriba.

La edición en castellano de esta novela llega precedida de un éxito arrollador en toda Europa. Casi dos millones de ejemplares vendidos -de los cuales más de un millón en Suecia, donde fue Libro del Año y Premio de los Libreros- y presente en las listas de libros más vendidos en Italia, Francia y Alemania, país donde ocupa el puesto número uno al día de hoy, demuestran que estamos ante una rara avis. Jonasson ha urdido una historia extremadamente audaz e ingeniosa, capaz de sorprender constantemente al lector, pero el verdadero regalo es su personaje protagonista, Allan Karlsson, un hombre de un maravilloso sentido común, un abuelo sin prejuicios que no está dispuesto #a renunciar al placer de vivir.

0 stars -
el 18.11.2012 Por maribel martinez molina

me ha parecido muy divertido , lo recomiendo si estas depre , leerlo en cualquier momento y en cualquier lugar .Aporta un poco de historia lo cual me parece interesante

0 stars -
el 13.08.2012 Por Recomendación Librerías Picasso

Fragmento seleccionado:

Al parecer, el joven no quería separarse de su enorme maleta gris con ruedas, pero el lavabo era demasiado pequeño para albergar a ambos. Observándolo, Allan comprendió que tendría que entrar sin la maleta, o bien meterla dentro y quedarse él fuera.
Sin embargo, ése fue todo el interés que mostró por los problemas de aquel joven. Bastante tenía ya con ir arrastrando los pies lo mejor que podía para acercarse, pasito a pasito, a la ventanilla y preguntarle al empleado si había algún medio de transporte que saliera hacia algún lugar dentro de los próximos minutos y, de ser así, cuánto costaba el billete. [...]
El homenajeado se sonrió mientras con el rabillo del ojo veía acercarse a alguien. Era el joven esmirriado de pelo rubio, largo y grasiento, barba hirsuta y la cazadora vaquera con el «Never Again» en la espalda. Se dirigía directamente hacia él, tirando de su enorme maleta con ruedas. Allan comprendió al punto que corría un gran riesgo de tener que hablar con aquel pelanas, pero en el fondo no le vendría mal, supuso, pues le serviría para formarse una idea sobre las preocupaciones e inquietudes de la juventud actual.
Y, en efecto, se produjo un diálogo, aunque no de altos vuelos. El joven se detuvo a un metro de Allan, pareció estudiarlo un instante y dijo:
—Eh, tío, ¿qué pasa?
Allan también le dio amablemente las buenas tardes y preguntó si podía ayudarlo en algo. Podía. El joven quería que Allan le echase un ojo a la maleta mientras él hacía sus necesidades en el servicio. O, como explicó:
—Tengo que cagar.
Allan repuso educadamente que, aunque estaba hecho un cascajo, aún conservaba bien la vista y no le supondría molestia alguna vigilarle la maleta. Sin embargo, le advirtió que se diera prisa, porque dentro de nada tenía que coger un autobús.
Cabe suponer que el joven no oyó esto último, ya que salió corriendo hacia el lavabo antes de que Allan hubiese terminado la frase.
El anciano no solía exasperarse con la gente, hubiera o no motivo para ello, y en esta ocasión tampoco lo incomodó la grosería del joven. No obstante, huelga mencionar que tampoco le inspiró una simpatía especial, lo cual tuvo suma relevancia en lo que sucedería a continuación.
Que fue que el coche de línea 202 paró delante de la entrada escasos segundos después de que el melenas se encerrara en el aseo. Allan miró el autobús y luego la maleta, después de nuevo el autobús y otra vez la maleta.
Tiene ruedas, se dijo. Y un asa para llevarla.
Y entonces se sorprendió tomando lo que se podría calificar como la decisión que le cambiaría la vida.


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Por maribel martinez molina el 18/11/2012

me ha parecido muy divertido , lo recomiendo si estas depre , leerlo en cualquier momento y en cualquier lugar .Aporta un poco de historia lo cual me parece interesante

Por Recomendación Librerías Picasso el 13/08/2012

Fragmento seleccionado:

Al parecer, el joven no quería separarse de su enorme maleta gris con ruedas, pero el lavabo era demasiado pequeño para albergar a ambos. Observándolo, Allan comprendió que tendría que entrar sin la maleta, o bien meterla dentro y quedarse él fuera.
Sin embargo, ése fue todo el interés que mostró por los problemas de aquel joven. Bastante tenía ya con ir arrastrando los pies lo mejor que podía para acercarse, pasito a pasito, a la ventanilla y preguntarle al empleado si había algún medio de transporte que saliera hacia algún lugar dentro de los próximos minutos y, de ser así, cuánto costaba el billete. [...]
El homenajeado se sonrió mientras con el rabillo del ojo veía acercarse a alguien. Era el joven esmirriado de pelo rubio, largo y grasiento, barba hirsuta y la cazadora vaquera con el «Never Again» en la espalda. Se dirigía directamente hacia él, tirando de su enorme maleta con ruedas. Allan comprendió al punto que corría un gran riesgo de tener que hablar con aquel pelanas, pero en el fondo no le vendría mal, supuso, pues le serviría para formarse una idea sobre las preocupaciones e inquietudes de la juventud actual.
Y, en efecto, se produjo un diálogo, aunque no de altos vuelos. El joven se detuvo a un metro de Allan, pareció estudiarlo un instante y dijo:
—Eh, tío, ¿qué pasa?
Allan también le dio amablemente las buenas tardes y preguntó si podía ayudarlo en algo. Podía. El joven quería que Allan le echase un ojo a la maleta mientras él hacía sus necesidades en el servicio. O, como explicó:
—Tengo que cagar.
Allan repuso educadamente que, aunque estaba hecho un cascajo, aún conservaba bien la vista y no le supondría molestia alguna vigilarle la maleta. Sin embargo, le advirtió que se diera prisa, porque dentro de nada tenía que coger un autobús.
Cabe suponer que el joven no oyó esto último, ya que salió corriendo hacia el lavabo antes de que Allan hubiese terminado la frase.
El anciano no solía exasperarse con la gente, hubiera o no motivo para ello, y en esta ocasión tampoco lo incomodó la grosería del joven. No obstante, huelga mencionar que tampoco le inspiró una simpatía especial, lo cual tuvo suma relevancia en lo que sucedería a continuación.
Que fue que el coche de línea 202 paró delante de la entrada escasos segundos después de que el melenas se encerrara en el aseo. Allan miró el autobús y luego la maleta, después de nuevo el autobús y otra vez la maleta.
Tiene ruedas, se dijo. Y un asa para llevarla.
Y entonces se sorprendió tomando lo que se podría calificar como la decisión que le cambiaría la vida.


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