FRAGILIDAD DE LOS SABIOS Y EL FIN DEL PENSAMIENTO LA

FRAGILIDAD DE LOS SABIOS Y EL FIN DEL PENSAMIENTO LA

BERMEJO BARRERA JOSE CARLOS

11,00 €
IVA incluido
Editorial:
AKAL
Año de edición:
2009
Materia
Ensayo filosofico
ISBN:
978-84-460-2944-1
Páginas:
103
Encuadernación:
Rústica
Colección:
HIPECU

Disponibilidad:

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11,00 €
IVA incluido
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1. La traición de los profesores y la pérdida de la dignidad académica
2. Los arqueólogos de la tecnociencia
3. ¡Pues yo tengo razón! Una historia de sabios y locos
4. Los sabios del universo y su filosofía secreta. Posibilidades y límites de la cosmología estándar

A lo largo de la historia occidental, se creyó en la existencia de un determinado tipo de personas que dedicaron su vida al cultivo desinteresado del saber, obteniendo a cambio de ello un prestigio especial. Las figuras de esos sabios fueron durante muchos siglos la garantía de que las sociedades occidentales podían lograr el acceso sin trabas a la verdad. Sin embargo dichos sabios, desde los filósofos griegos hasta los intelectuales de la Edad Moderna, pasando por generaciones y generaciones de clérigos, fueron en realidad unos seres enormemente frágiles, debido a su carencia de recursos económicos y a su dependencia de los poderes reales: eclesiásticos o políticos. Fue en el siglo XIX, con el nacimiento de la ciencia y las universidades modernas, cuando pareció haberse logrado un cierto equilibrio entre el poder, el dinero y el trabajo intelectual, gracias a la creación de las figuras de los profesores y los científicos, que deberían encarnar a un ser humano dotado de espíritu crítico e incensante y escéptico buscador de unos saberes que nunca habrían de ser definitivos. Con la instauración del sistema de la tecnociencia y del aparato militar-industrial después de la Segunda Guerra Mundial, esa figura ha encontrado ya su fin, al caer en la definitiva dependencia del poder económico y político, con lo que ello supone de pérdida de la dignidad que los reductos académicos garantizaban. Y el discurso que esos sabios han construido en torno a dos campos -el de la enfermedad mental y el de la cosmología- pone de manifiesto sus propias debilidades humanas, así como su vana pretensión de lograr la verdad definitiva, gracias a la construcción de unos saberes ½cerrados+ y ½perfectos+.

A lo largo de la historia occidental, se creyó en la existencia de un determinado tipo de personas que dedicaron su vida al cultivo desinteresado del saber, obteniendo a cambio de ello un prestigio especial. Las figuras de esos sabios fueron durante muchos siglos la garantía de que las sociedades occidentales podían lograr el acceso sin trabas a la verdad. Sin embargo dichos sabios, desde los filósofos griegos hasta los intelectuales de la Edad Moderna, pasando por generaciones y generaciones de clérigos, fueron en realidad unos seres enormemente frágiles, debido a su carencia de recursos económicos y a su dependencia de los poderes reales: eclesiásticos o políticos. Fue en el siglo XIX, con el nacimiento de la ciencia y las universidades modernas, cuando pareció haberse logrado un cierto equilibrio entre el poder, el dinero y el trabajo intelectual, gracias a la creación de las figuras de los profesores y los científicos, que deberían encarnar a un ser humano dotado de espíritu crítico e incensante y escéptico buscador de unos saberes que nunca habrían de ser definitivos. Con la instauración del sistema de la tecnociencia y del aparato militar-industrial después de la Segunda Guerra Mundial, esa figura ha encontrado ya su fin, al caer en la definitiva dependencia del poder económico y político, con lo que ello supone de pérdida de la dignidad que los reductos académicos garantizaban. Y el discurso que esos sabios han construido en torno a dos campos –el de la enfermedad mental y el de la cosmología– pone de manifiesto sus propias debilidades humanas, así como su vana pretensión de lograr la verdad definitiva, gracias a la construcción de unos saberes «cerrados» y «perfectos».

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