GRAN CASA LA

GRAN CASA LA

KRAUSS NICOLE

20,00 €
IVA incluido
Editorial:
SALAMANDRA
Año de edición:
2012
Materia
Narrativa extranjera o traducida
ISBN:
978-84-9838-479-6
Páginas:
352
Encuadernación:
Rústica
Colección:
NARRATIVA

Disponibilidad:

  • LIBRERÍAS PICASSO - ALMERÍADisponible en 1 semana
  • LIBRERÍAS PICASSO - GRANADADisponible en 1 semana
20,00 €
IVA incluido
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Cinco años después de la publicación de La historia del amor, su extraordinaria segunda novela, que fue traducida a treinta y cinco idiomas y la situó en el panorama de la literatura internacional, Nicole Krauss -elegida entre los mejores veinte escritores estadounidenses menores de cuarenta años- ha escrito una nueva aproximación al insondable tema del amor, la memoria y la pérdida, una historia que llevará al lector a lo largo de un viaje lleno de pasión y melancolía, desde Nueva York a Jerusalén, de Londres a Budapest, y desde los años cuarenta hasta nuestros días.

El insólito protagonista es un viejo escritorio que pudo haber pertenecido a Federico García Lorca y que se vuelve un objeto de fascinación o repulsión para aquellos que conviven con él. El imponente mueble, uno de cuyos diecinueve cajones está permanentemente cerrado, se torna así el hilo conductor entre los distintos ámbitos donde se desarrolla la novela. En Nueva York, una escritora ha estado utilizándolo desde que en 1972 se lo prestara un poeta chileno, Daniel Varsky, víctima de la policía secreta de Pinochet. Un día, una mujer que dice ser la hija de Varsky reclama el mueble, y la vida de la escritora ya no será la misma. Al otro lado del océano, en Londres, un hombre descubre el secreto que durante cincuenta años le ha escondido su mujer. Y por último, una joven norteamericana que estudia en Oxford traba amistad con una excéntrica pareja de hermanos cuyo padre es un anticuario israelí especializado en recuperar muebles expoliados por los nazis. Llevando su arte narrativo a un nivel insospechado, Krauss reúne pacientemente los elementos en apariencia dispares de un relato fragmentado hasta convertirlo en una cautivante metáfora de la memoria y de la herencia, no sólo material sino sobre todo emocional.

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el 07.11.2012 Por Recomendación de Librerías Picasso

Fragmento seleccionado:

Todos en pie

Hable con él.

Señoría, en el invierno de 1972, R. y yo rompimos, mejor dicho, él rompió conmigo. Sus motivos eran vagos, pero vino a decir que tenía un lado secreto, una parte cobarde y despreciable que jamás podría mostrarme, y que necesitaba alejarse como un animal enfermo hasta haber mejorado aquella faceta suya de tal modo que lo hiciera digno de compañía. Aunque se lo discutí —era su novia desde hacía casi dos años, sus secretos eran los míos y si había algo cruel o cobarde en él yo lo habría sabido mejor que nadie—, fue en vano. Tres semanas después de que se mudara, recibí una postal suya sin remite en la que me decía que nuestra decisión —así la llamaba— había sido la correcta, por dura que resultara, y me instaba a reconocer que nuestra relación había terminado para siempre.
Luego todo empeoró durante una temporada y después empezó a mejorar. No entraré en detalles más allá de explicar que no salía, ni siquiera para visitar a mi abuela, y tampoco dejaba que nadie viniera a verme. Por extraño que parezca, lo único que me servía de consuelo era que hacía un tiempo de perros, por lo que pasaba las horas recorriendo el piso, armada de una pequeña y extraña llave inglesa especial para ajustar los tornillos de los vetustos marcos de las ventanas. [...] Luego, a lo mejor disfrutaba de media hora de tregua, que pasaba sentada en la única silla que quedaba en el piso. Durante un tiempo, al menos, fue como si lo único que quedaba del mundo fuera aquella lluvia interminable y la necesidad de ajustar bien los tornillos. Cuando por fin salió el sol, decidí dar un paseo. Todo estaba inundado, y aquellas aguas quietas como espejos me serenaban. Caminé mucho rato, por lo menos seis o siete horas, por barrios a los que nunca había ido y a los que jamás he vuelto. Regresé a casa exhausta, pero convencida de haberme purgado de algo.
Ella me lavó la sangre de las manos y me dio una camiseta limpia, quizá suya. Me tomó por su novia o tal vez incluso por su mujer. Nadie ha venido por usted aún. No me apartaré de su lado. Hable con él.


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Por Recomendación de Librerías Picasso el 07/11/2012

Fragmento seleccionado:

Todos en pie

Hable con él.

Señoría, en el invierno de 1972, R. y yo rompimos, mejor dicho, él rompió conmigo. Sus motivos eran vagos, pero vino a decir que tenía un lado secreto, una parte cobarde y despreciable que jamás podría mostrarme, y que necesitaba alejarse como un animal enfermo hasta haber mejorado aquella faceta suya de tal modo que lo hiciera digno de compañía. Aunque se lo discutí —era su novia desde hacía casi dos años, sus secretos eran los míos y si había algo cruel o cobarde en él yo lo habría sabido mejor que nadie—, fue en vano. Tres semanas después de que se mudara, recibí una postal suya sin remite en la que me decía que nuestra decisión —así la llamaba— había sido la correcta, por dura que resultara, y me instaba a reconocer que nuestra relación había terminado para siempre.
Luego todo empeoró durante una temporada y después empezó a mejorar. No entraré en detalles más allá de explicar que no salía, ni siquiera para visitar a mi abuela, y tampoco dejaba que nadie viniera a verme. Por extraño que parezca, lo único que me servía de consuelo era que hacía un tiempo de perros, por lo que pasaba las horas recorriendo el piso, armada de una pequeña y extraña llave inglesa especial para ajustar los tornillos de los vetustos marcos de las ventanas. [...] Luego, a lo mejor disfrutaba de media hora de tregua, que pasaba sentada en la única silla que quedaba en el piso. Durante un tiempo, al menos, fue como si lo único que quedaba del mundo fuera aquella lluvia interminable y la necesidad de ajustar bien los tornillos. Cuando por fin salió el sol, decidí dar un paseo. Todo estaba inundado, y aquellas aguas quietas como espejos me serenaban. Caminé mucho rato, por lo menos seis o siete horas, por barrios a los que nunca había ido y a los que jamás he vuelto. Regresé a casa exhausta, pero convencida de haberme purgado de algo.
Ella me lavó la sangre de las manos y me dio una camiseta limpia, quizá suya. Me tomó por su novia o tal vez incluso por su mujer. Nadie ha venido por usted aún. No me apartaré de su lado. Hable con él.


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